El centro es un infierno de bocinas y humo. Cada vez que atravieso la metrópolis siento la misma sensación de inseguridad, agobio y atontamiento. Como un estado de alerta permanente, adormecido por el smog y el ruido blanco.
La isovalencia sonora perturba mi alma y sin pensar comienzo a caminar más rápido. Por suerte ahora ya no vivo más en el centro. Llego a casa y me saco las zapatillas.
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