jueves, 1 de septiembre de 2016

ESCRITOS METROPOLITANOS: Camino a casa

El verano se asoma en cada esquina.
Camino a paso calmo, las nubes filtran la luz del sol, desplegando  rayos  blanquecinos que devuelven la identidad a los colores que día a día son raptados por rey amarillo.
La nitidez es absoluta, la saturación cromática de los objetos me envuelve. Ojala hubiera más días nublados.

De repente una formación nubosa avanza por el encasillado horizonte de hormigón y vidrio.
Los violetas , azules y grises provocan una sensación visual única. Los verdes de los árboles se sobresaturan y su contorno se recorta del fondo gris edificio.

Viento se levanta. A estas alturas estoy en casa viendo el espectáculo por la ventana. Mate en mano veo como soldaditos de agua se estrellan contra el piso del patio. A pesar de ser de día, la oscuridad invade el exterior.
Algún que otro rayo rompe el chapoteo y líneas de miles de voltios sacuden el firmamento.
Emociones azules… en mi mente se escurre una melodía.


Cuento: Elefantes de Cristal

El valle pulula la rezumante alegría de la primavera. A lo lejos, las montañas coronadas de extrañas nubes, se ciernen como enormes guardianes de piedra.
Camino entre la frondosa vegetación. Busco, busco pero no encuentro. Sé que algo esconde este valle más allá de su tapiz de gloriosos matices.

Huelo…un aroma salobre llega desde una ubicación que no puedo precisar. Olor a mar… ¿Olor a mar? ¿Aquí?
Debe ser algún manantial subterráneo, porque la masa de agua azul no se ve por ningún lado. Sigo caminando, el sol del mediodía me ofrece una pista, un destello allá lejos cerca del cañadón. Mis piernas emprenden una presurosa marcha. Zarzas e insectos se prenden de mi piel, pero no me importa.

El poder de la curiosidad me mueve instintivamente, como animal salvaje. El reflejo es insoportable, avanzo a ciegas guiándome por un extraño sonido. Un tintineo llega a mis oídos. Un agudo sonido hace que casi entre en trance, extendiendo mis brazos hacia adelante, corriendo entre la maleza.

De repente tropiezo con algo, y mi vuelo se extiende sobre el prado. Al abrir los ojos el olor a sal me invade, el resplandor me ciega por un momento, pero al cabo de unos segundos la vista vuelve y me encuentro a los pies de algo increíble.
Pastando tranquilamente ante mí, una manada de elefantes de cristal.
La gran madre me observa y me dirige unos tintineos muy quedos. Sé que sabe que puedo oírla sin necesidad de subir el volumen de su chirriante voz, un detalle que agradezco de corazón. 

Me siento en la hierba  y quedo sosegado oyendo sus  agudos arrumacos. En la pradera el sol se aleja con su manto rojo, y los paquidermos apagan suavemente su voz.