lunes, 5 de octubre de 2020

Autorretrato escrito: La mujer alta

 La mujer alta camina por el jardín. Variedad de plantas se reflejan en sus pequeños y verdosos ojos. 

La mujer alta tararea una melodía y piensa en los mundos fantásticos que va a pintar más tarde. Su oscuro cabello, largo, ondea al viento y se teje entre las ramas de los árboles. Algunos mechones blancos asoman ya, como finas telarañas de seda. 

Su parco andar  se confunde con el rumor de un arroyo cercano. Su rostro de seria expresión no denota tristeza o enojo, sino el reflejo de un mundo interior que desborda y se presenta a veces en esta, nuestra realidad. 

La mujer alta ama el mar, esa masa azul y gloriosa, así como la lluvia y las tormentas.

El frío invierno la llena de su gélida energía, aunque el otoño es su época favorita.

La mujer alta observa el oscuro firmamento. Nacida bajo la protección de Sargas, Antares y Acrab, anhela la sabiduría eterna de las estrellas. 

Bien sabe que algún día logrará develar la Verdad que mora en el Gran Secreto. Ese momento  será cuando su cuerpo repose bajo los árboles, junto a sus raíces, y el Infinito susurre a su alma la esencia de todas las cosas. 




Cuento: Noches de amor

 Sus ojos se cruzaron cuando la luz de la luna teñía todo de azul. La palidez del redondo rostro se recortaba en el cielo nocturno. Desde abajo la humana observaba con amor infinito a la magnífica ave. El flechazo fue definitivo.

 Cada noche se veían, cada noche se amaban en la distancia. Durante el día, se tenían en sus pensamientos y ni las lluvias primaverales truncaban sus anhelados encuentros.

La sonrisa de una era el fuego en el corazón de la otra. Una conocía cada mancha del plumaje de la otra, y la otra reconocía la cantarina voz de su amada entre miles de sonidos nocturnos.

 El brillo en los redondos ojos que sobrevolaban el campo rezumaban tenacidad y valor; los que observaban embelesados desde la tierra, dulzura y comprensión. 

Conocían el valor de las palabras, no por oírlas, sino por sentirlas. No era entenderse, era saberse una en la otra. Reconocerse en la mirada pura de su amante, como en un espejo de agua.

Cuando se presentaba una situación adversa para alguna de ellas, la otra lo intuía. Comunicábanse con el corazón, no con la frialdad de la mente. 

Las alegrías también se compartían por este medio etéreo, generando plácida calidez en ambos seres. 

Muchos eran los que se preguntaban por la razón de ser de semejante amor. Incapaces de entender la profundidad de los sentimientos, solo veían las diferencias, los impedimentos, y dejando hablar al prejuicio, comentaban necedades y palabras vacías. Estos improperios  a la mujer y al ave les tenían sin cuidado, la conexión de sus almas estaba más allá de lo superfluo de la existencia física. 

No era cuestión de cuerpos, de especies, sino de saber que eran compañeras en esta vida, en esta realidad, y también en otras. Esa verdad les otorgaba la felicidad plena.