“Los ojos son el espejo del alma”, dice un conocido refrán.
“ ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”, se lee en la Biblia en Mateo 7:3.
Y es que a través de los ojos, y en concreto, de la mirada, podemos intuir el estado emocional del otro, sus reacciones más primarias y puras (tal vez de allí provenga eso de ver a los ojos como prueba de honestidad).
Las artes visuales, como parte fundamental del lenguaje expresivo humano, no quedan exentas de dicha cuestión.
A través de la mirada del personaje representado se puede estructurar la obra entera, tanto simbólica como compositivamente. A partir de esa premisa, recorreremos diferentes obras de Arte, diferentes autores, tiempos y estilos.
El descenso a los infiernos de Iván
“Iván el Terrible y su Hijo”, obra cumbre del realismo ruso de la segunda mitad del siglo XIX, es cabal ejemplo de la mirada como protagonista del hecho artístico.

Ilya Repin- Iván el Terrible y su Hijo
Ilya Repin en dicha pintura, nos muestra una escena desoladora. Un anciano, de aspecto macilento abraza el cuerpo de su primogénito asesinado.
El anciano no es otro que Iván IV, apodado el “Terrible”, y su hijo, Iván Ivanovich, muerto a manos de su propio padre, en un posible arrebato de ira.
Se dice que Iván IV se arrepintió el resto de sus días por haber acabado con la vida de su hijo predilecto, llorando y gimiendo frases como:
“Desde los tiempos de Adán hasta este día, he sobrepasado a todos los pecadores. Bestial y corrompido he ensuciado mi alma”.
Repin pinta este acontecimiento histórico de una manera veraz, no idealizada, gracias a lo cuál podemos ver la expresión del Zar, y los aspectos psicológicos del mismo.
Sus ojos desorbitados, y su mirada perdida nos revelan el descenso a los infiernos de este personaje, sumido en la culpa y dolor más profundos al caer en cuenta de su fatídico accionar.
El dramatismo se acentúa con la iluminación de las figuras, colocadas en el centro de la obra.
Exento de la pompa propia de un emperador, el senil anciano contrasta con la fastuosa y recargada decoración del ambiente donde se llevan a cabo los hechos.
Iván, con su mirada fija, presa de la desesperación, más que un Zar omnipotente, queda reducido a algo más que un despojo humano, decadente y miserable.
La límpida mirada de la elegancia
Mirada clara, expresión serena y caballerosa altivez nos regala Ferdinand Hodler en su autorretrato de 1892.
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Ferdinand Hodler- Autorretrato |
Fiel a su estilo, Hodler utiliza trazos precisos para delinear la figura, enmarcando sus zarcos ojos con exquisitas líneas curvas.
Cabe mencionar que el retratado presta especial atención al tratamiento de los ojos, distinguiéndolos del resto de la obra, no solo por el contraste de color (que de igual manera está levemente atenuado por la isovalencia cromática), sino también con la delicadeza de las pinceladas en esa área del rostro.
Este contraste entre ojos (y nariz) con el resto del retrato parece acentuar la claridad de la mirada, caracterizando al personaje, otorgándole cierto aire amable y emotivo.
Es como si se pudiera ver a través de el.
Dichas características las comparte el retrato de Paul Victor Grandhomme, un grabador y esmaltador francés.
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| Raphaël Collin- Retrato de Paul Victor Grandhomme |
Al igual que Hodler, Grandhomme posa su mirada en el espectador, dando la sensación de sosegada cercanía.


